Uno de los conceptos morales implícitos en la idea de belleza griega era el de areté. El término, de difícil traducción literal, hacía referencia a la búsqueda de la excelencia y la virtud que todo ciudadano debía perseguir en el transcurso de su vida, para honrarse a sí mismo, a su estirpe y a su polis.
Desde los tiempos arcaicos, la areté fue patrimonio de las mejores familias y debía ser cultivada tanto por medio del cuerpo y la forma física, como por las hazañas bélicas, los deportes o la oratoria. Los oligarcas donaban armas para la defensa de la ciudad-estado y, en caso necesario, estaban dispuestos a recibir a la “bella muerte” (kalos tanatos). Todo para honrarse ante los dioses y alcanzar ese estado de excelencia que los haría sobresalir por encima de todos.